La ciudad era sumida en un sudor frío.
La niebla cubría las calles. Los coches pasaban como animales
perdidos, con sus grandes ojos abiertos y luminosos que intentaban
ver más allá de su morro. Yo no lograba ver nada, y me quedé de
pie esperando que la niebla se disipara, empapándome los cabellos.
Lo único que veía claramente eran las gotas de agua que se iban
acomodando en mi bufanda roja.
Poco a poco la niebla se ha disipado,
pero sigo aquí, de pie, sin poder ver el horizonte. Cuando se fue
la niebla volví a ver los edificios amenazantes que no me dejaban
ver más allá, los coches comenzaron a rugir más fuerte, a correr
más fuerte, a rodearme de humo. Prefiero la niebla al humo, prefiero
imaginar mis horizontes, viajar desde dentro hacia fuera, de que me
sirve el sol, si todas las hojas de los árboles están bajo mis
pies.
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